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La hibernación del castaño

Con la llegada del otoño y el acortamiento de los días, el castaño, como árbol de hoja caduca, inicia un complejo proceso fisiológico para prepararse para el reposo invernal, un periodo de latencia crucial para su supervivencia en climas con inviernos fríos. Este proceso, conocido como hibernación o dormancia, no es una simple inactividad, sino una fase de reajuste metabólico profundo que le permite resistir las bajas temperaturas, las heladas y la escasez de agua. Entender los cambios que ocurren en el árbol durante esta etapa y proporcionarle los cuidados adecuados antes y durante el invierno es fundamental para asegurar que despierte con fuerza en la primavera siguiente, lleno de energía para afrontar un nuevo ciclo de crecimiento y producción. La correcta gestión de la hibernación es, por tanto, una pieza clave en el manejo anual de este majestuoso árbol.

A medida que las temperaturas descienden y las horas de luz disminuyen, el castaño recibe las señales ambientales para comenzar a prepararse para el invierno. Uno de los cambios más visibles es la senescencia de las hojas. El árbol comienza a reabsorber los nutrientes valiosos de las hojas, como el nitrógeno y el fósforo, y los almacena en sus tejidos de reserva (tronco, ramas y raíces). La clorofila se degrada, revelando los pigmentos amarillos y anaranjados (carotenoides y xantofilas) que siempre estuvieron presentes, dando lugar a los espectaculares colores otoñales. Finalmente, se forma una capa de abscisión en la base del peciolo y la hoja cae, reduciendo drásticamente la pérdida de agua por transpiración durante el invierno.

Internamente, el árbol experimenta cambios aún más profundos para aumentar su resistencia al frío, un proceso llamado aclimatación. Las células acumulan azúcares y otras sustancias solubles, que actúan como anticongelantes naturales al disminuir el punto de congelación del citoplasma. Al mismo tiempo, el contenido de agua en los tejidos disminuye, especialmente en los espacios intercelulares, lo que reduce el riesgo de que la formación de cristales de hielo cause daños mecánicos a las células. Este complejo mecanismo de adaptación permite al castaño soportar temperaturas bajo cero sin sufrir daños irreparables, una capacidad que se va adquiriendo gradualmente a lo largo del otoño.

Una vez que el árbol ha perdido todas sus hojas y ha completado su proceso de aclimatación, entra en un estado de dormancia profunda o endodormancia. Durante esta fase, las yemas son incapaces de brotar, incluso si las condiciones de temperatura fueran favorables. El árbol necesita acumular una cierta cantidad de «horas de frío» (periodos de tiempo con temperaturas por debajo de un umbral determinado, generalmente 7 °C) para satisfacer sus requerimientos de latencia. Solo después de haber acumulado suficiente frío, el árbol podrá salir de la endodormancia y estará listo para responder a los estímulos de la primavera y reanudar su crecimiento.

La gestión del huerto durante el otoño y el invierno es importante para facilitar este proceso. Es crucial evitar las fertilizaciones nitrogenadas tardías, ya que estimularían un crecimiento extemporáneo que no tendría tiempo de endurecerse antes de las heladas. La limpieza de las hojas caídas del suelo puede ayudar a reducir la presión de algunas enfermedades fúngicas que invernan en la hojarasca. Además, este es el momento ideal para realizar la poda de mantenimiento, ya que el árbol está en reposo y se pueden visualizar mejor su estructura y las ramas a eliminar, minimizando el estrés y la pérdida de savia.

La preparación del árbol para el invierno

La preparación del castaño para afrontar el invierno comienza mucho antes de la llegada de las primeras heladas. Un árbol que ha estado sano, bien nutrido e hidratado durante toda la temporada de crecimiento llegará al otoño con mayores reservas de energía y, por tanto, estará mejor preparado para soportar los rigores del invierno. Un manejo adecuado durante la primavera y el verano, controlando plagas y enfermedades y evitando el estrés hídrico, es la primera y más importante medida para asegurar una buena hibernación. Un árbol debilitado es mucho más vulnerable a los daños por frío.

A finales del verano y principios del otoño, es fundamental cesar cualquier aporte de fertilizantes nitrogenados. El nitrógeno promueve el crecimiento vegetativo, y la aparición de nuevos brotes tiernos en esta época del año sería contraproducente. Estos brotes no tendrían tiempo de lignificar (endurecerse) adecuadamente antes de la llegada del frío, siendo extremadamente susceptibles a las quemaduras por helada. En cambio, una fertilización con potasio en esta época puede ser beneficiosa, ya que este elemento juega un papel importante en los procesos de maduración de la madera y en la acumulación de reservas, contribuyendo a una mayor resistencia al frío.

La gestión del riego en otoño también debe adaptarse. A medida que el árbol reduce su actividad y pierde las hojas, sus necesidades de agua disminuyen considerablemente. Es importante reducir la frecuencia de los riegos para evitar el encharcamiento del suelo, lo que podría dañar las raíces. Sin embargo, es crucial que el árbol entre en el invierno con un nivel adecuado de humedad en el suelo. Un último riego profundo después de la caída de las hojas, especialmente en climas con otoños secos, puede ser muy beneficioso para asegurar que el sistema radicular tenga una reserva de agua disponible durante el invierno, previniendo la desecación por el viento frío.

Para los árboles jóvenes, especialmente en sus primeros años, la protección del tronco es una medida muy recomendable en zonas con inviernos severos. Las fluctuaciones extremas de temperatura entre el día (cuando el sol calienta la corteza) y la noche (con heladas fuertes) pueden causar grietas longitudinales en la corteza, conocidas como heladuras. Pintar el tronco con cal o pintura blanca para árboles refleja la luz solar y modera estas diferencias de temperatura. Alternativamente, se pueden utilizar protectores de tronco o envolverlo con tela de arpillera para proporcionar un aislamiento adicional y protegerlo también de los roedores.

El periodo de dormancia y las horas de frío

El estado de dormancia o letargo invernal es un mecanismo de supervivencia esencial para el castaño y otras plantas de climas templados. Este periodo se divide en dos fases principales: la endodormancia y la ecodormancia. La endodormancia, que ocurre en la primera parte del invierno, es un estado de reposo profundo regulado por factores internos del propio árbol, principalmente hormonas vegetales. Durante esta fase, las yemas no brotarán aunque las condiciones externas de temperatura y luz sean favorables. Es una especie de seguro biológico que impide que un calentamiento temporal en pleno invierno engañe al árbol y le haga brotar prematuramente, lo que sería fatal si después vinieran heladas fuertes.

Para superar la endodormancia, el castaño necesita acumular una cantidad específica de «horas de frío». Este es un requisito genético que varía entre las diferentes variedades, y se define como el número de horas que el árbol debe pasar expuesto a temperaturas por debajo de un cierto umbral (normalmente entre 0°C y 7°C). Este mecanismo asegura que el árbol no reanude su crecimiento hasta que haya pasado una parte significativa del invierno, minimizando el riesgo de daños por heladas tardías. Si un castaño no acumula las suficientes horas de frío, su brotación en primavera será irregular, débil y desincronizada, afectando negativamente a la floración y, por tanto, a la cosecha.

Una vez que se han satisfecho las necesidades de frío, el árbol sale de la endodormancia y entra en la fase de ecodormancia. En este estado, el reposo ya no está controlado por factores internos, sino por las condiciones ambientales externas. El árbol está fisiológicamente listo para crecer, pero permanece en letargo simplemente porque las temperaturas todavía son demasiado bajas. A partir de este momento, el árbol comenzará a acumular «horas de calor» o grados-día. Cuando la suma de calor acumulado alcance un cierto umbral, se desencadenará el proceso de la brotación, marcando el fin del reposo invernal y el inicio de un nuevo ciclo vegetativo.

La elección de variedades adaptadas a las condiciones climáticas locales es, por tanto, crucial. Plantar una variedad con bajos requerimientos de frío en una zona con inviernos largos y fríos podría hacer que brote demasiado pronto y sea vulnerable a las heladas tardías. Por el contrario, plantar una variedad con altas necesidades de frío en un clima con inviernos suaves puede resultar en que el árbol nunca complete su reposo adecuadamente, con las consecuencias negativas que ello conlleva para su desarrollo y producción. El cambio climático y el aumento de las temperaturas invernales están convirtiendo este factor en un aspecto cada vez más importante a tener en cuenta.

Cuidados durante el invierno

Aunque el castaño se encuentre en estado de reposo, no debemos descuidar completamente la plantación durante los meses de invierno. Este periodo es ideal para realizar ciertas labores de mantenimiento que prepararán el huerto para la próxima temporada. La principal tarea a realizar durante el invierno es la poda. Al no tener hojas, la estructura del árbol es perfectamente visible, lo que facilita la identificación de las ramas que deben ser eliminadas: las muertas, las enfermas, las que se cruzan o las que crecen hacia el interior de la copa. La poda en seco, realizada cuando el árbol está en dormancia, minimiza el estrés y el riesgo de transmisión de enfermedades.

El invierno también es un buen momento para realizar un seguimiento de posibles problemas en el tronco y las ramas principales. Es más fácil detectar la presencia de chancros, heridas o signos de ataques de insectos perforadores sin el impedimento del follaje. Cualquier madera enferma o infestada que se elimine durante la poda debe ser retirada inmediatamente de la parcela y destruida (preferiblemente quemada, si la normativa lo permite) para evitar que se convierta en una fuente de inóculo o plaga para la siguiente primavera.

En cuanto al suelo, si no se ha hecho en otoño, el invierno es una buena oportunidad para aplicar enmiendas orgánicas, como estiércol bien compostado o compost. La incorporación de esta materia orgánica durante el invierno permite que los procesos de descomposición y mineralización comiencen, de modo que los nutrientes estarán disponibles para el árbol cuando reanude su actividad en primavera. Esta práctica, además, mejora la estructura del suelo y su capacidad de retención de agua para la temporada de crecimiento.

Finalmente, aunque las necesidades de agua son mínimas, en inviernos excepcionalmente secos y ventosos, especialmente en zonas de clima mediterráneo, puede ser necesario realizar algún riego de apoyo ocasional, sobre todo en árboles jóvenes. El viento invernal puede provocar la desecación de las yemas y de la corteza, y un suelo completamente seco agrava este problema. Un riego profundo una vez al mes durante un periodo de sequía invernal puede ser suficiente para mantener un nivel mínimo de humedad en el sistema radicular y prevenir este tipo de estrés.

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